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El visitante no deseado

Imagina que estás en tu casa. Normalmente el ambiente es muy sereno, ligeramente positivo, por lo menos… Pero sueles tener muchas visitas. De repente alguien llama a la puerta. ¡Es Alegría, y ha venido a visitarte! Le dejas entrar y hablas con ella. No te importa por qué ha venido, porque sabes que si le preguntas mucho de dónde viene y por qué, se podría marchar. No le gusta el análisis. Pero no pasa nada, te encantan las visitas de Alegría, por eso te dejas llevar…Siempre tiene mucha energía y te hace sentir muy bien. Es entusiasta, hace bromas y se ríe mucho. Y tú con ella. Alegría nunca se queda mucho tiempo y a veces, cuando se va, la echas de menos. Sabes que tienes que disfrutar cada momento cuando está contigo, porque son visitas preciosas. 


Vuelven a llamar a tu puerta. Es tristeza. Uff… las visitas de tristeza son pesadas. Te quita mucha energía porque está muy centrada en todo lo que pierde, en todo lo que no tiene y derrocha un ambiente apagado que te pesa…Te tumbas en el sofá y coges una manta para intentar sentirte por lo menos un poco más cómodo durante la visita. Te da ganas de poner la tele o llamar a Alegría, pero sabes que lo mejor que puedes hacer para tristeza es escucharla. Llorará, pensará que nunca se sentirá mejor, pero tu experiencia te ha dicho que no suele quedarse más de unas horas o días. Le preparas el sofá y preparas una taza de té. Van a ser días largos, pero merece la pena, porque tristeza necesita cariño y estás dispuesto a dárselo. Sabes que si no le dejas entrar, intentará asaltarte en cualquier momento en el que empiezas a estar en calma, sobre todo por las noches o cuando estás a solas. Mejor hacerle caso…. Y luego seguir con la vida.  



Tras unos días vuelven a llamar a tu puerta. Es Ansiedad.  Ay noooo… sabes que te va a revolotear todo. Ansiedad te pone nerviosa. Corre de un lado para otro, sin centrarse en nada y lo único que hace es inventarse un montón de “Y si…” de todo lo malo que podría ocurrir. Siempre se preocupa. Pero… ¡tienes un plan! Te sientas con Ansiedad y haces un esfuerzo por comprender todos sus argumentos. Los apuntas en papeles separados. “Ansiedad, muchas gracias por darme toda esa información, vamos a ver qué hacemos con todo eso. Te prometo que me ocuparé de todo lo que me parece importante, ¿te parece?” Ansiedad se relaja notablemente. Juntas elegís, cuáles de sus preocupaciones merecen la pena tenerse en cuenta. Sólo eliges las preocupaciones que son realistas y tienen una alta probabilidad de ocurrir. Es que sabes que no podrás atenderlo todo, sería demasiado… De todas formas, para cada cosa importante haces un plan de acción. A veces, tienes que reconocer que no puedes hacer nada porque las cosas están fuera de tu ámbito de control. Entonces, das un gran abrazo a Ansiedad y respiras con ella unos minutos, muy despacio, exhalando mucho y luego pones una canción alegre y dices: “Ansiedad, si no puedo hacer nada, ¿para qué preocuparme? y si puedo hacer algo, ¿para qué preocuparme? ¡Me ocupo!, ¿no crees que tenemos ya bastantes cosas apuntadas para hacer?” 

Normalmente Ansiedad se va contenta, sabiendo que la has comprendido. Le has prometido que vas a tomar las medidas que están en tus manos para prevenir los “desastres” potenciales que prevé. Cuando sabe que estás en ello, se va a su casa. Menos mal… porque sabes que si no la dejas entrar para escucharla estará delante de tu casa toda la noche, gritando, intentando despertarte, para que por fin te des cuenta que hay un montón de peligros allí fuera…  


Y a veces, viene Ira. No te gusta nada cuando viene, porque pierdes los estribos. Viene cargada de reproches, quejas y malas noticias sobre injusticias y te pone a 100. Te has dado cuenta de que antes de escucharla, necesitas conseguir que se dé una ducha fría. Suele entrar sin avisar, asalta tu salón, por eso has tenido que aprender a reconocer el sonido de sus pasos cuando se acerca. Si estás preparada, te sale mejor lidiar con ella. Te entra mucho calor cuando está, pero si consigues desviarla hacía una habitación para que se tranquilice, puedes tomarte sus opiniones con más distancia. No te sueles acercar mucho a ella, porque sabes que, si te agarra, te dejas llevar, abres las ventanas para gritar al mundo qué mal sitio es e insultas a tus vecinos. Incluso te pueden dar ganas de tirar algo…. Ahora, Ira tiene su propia habitación en tu casa. Con un montón de cojines, papel para escribir, sin ventanas y sobre todo – ¡sin línea de teléfono o cobertura móvil! Sólo le dejas hablar con los demás una vez que se haya tranquilizado. Una de tus sillas del salón la llamas la silla de la  Empatía y cuando Ira se ha calmado después de la ducha fría o unos minutos en su habitación, te sientas con ella y practicáis la Compasión contigo misma y con los demás. No siempre funciona del todo, pero consigues evitar grandes altercados y por lo menos no quedas mal con los vecinos. Y eso sí: no dejas que Ira se quede de noche. 

 

Hoy hemos querido compartir esta metáfora empleada en psicología, en el ámbito de la Terapia de Aceptación y Compromiso, que nos habla sobre cómo gestionar mejor las emociones.  


En los cuidados esto es muy difícil, pues estamos en una montaña rusa de emociones; el mismo día podemos pasar de estar tristes por las pérdidas que tenemos (“ya no puedo mantener ciertas conversaciones con mi padre, o viajar con mi pareja, como lo teníamos organizado antes de jubilarse”), al enfado ante la injusticia de lo que está sucediendo (“¿por qué le ha tocado a él sufrir esta enfermedad? o ahora que nos hemos jubilado podríamos disfrutar de nuestro tiempo”) o la culpa (“¿por qué le contestado esta mañana en el desayuno? Era la quinta vez que me preguntaba lo mismo,pero debo tener más paciencia”). 

Lo que nos viene a decir esta metáfora es que, estemos atentos a nuestras emociones y escuchemos el mensaje que nos trasladan, porque eso nos va a ayudar a estar más tranquilos con nosotros mismos y con los que nos rodean, y por lo tanto tendremos más paz mental, menos rumiaciones y pensamientos negativos recurrentes que a veces nos paralizan y no nos dejan avanzar o ver un poco de claridad en un momento determinado de nuestras vidas, como puede suceder en los cuidados. 


Esta metáfora de las emociones es un ejemplo de cómo tomar las cosas con perspectiva. Escuchemos y cuidemos a nuestras emociones, las que nos parecen desagradables se irán antes y las agradables las disfrutaremos más

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